Desconocía la existencia de aquella fotografía. Le llegó veinte años después de que fuera tomada, una amiga se la pasó junto con otras imágenes. Le emocionó. Allí estaban las dos, su hija y ella, tumbadas en una playa mediterránea, rodeadas de ropas y bártulos (un bote de crema protectora, un cojín inflable, un saco de dormir, una botella de agua, un pantalón vaquero, varias toallas, un vaso de plástico). En la fotografía su hija tomaba su pecho a la vez que con la mano acariciaba el otro pezón, aquel gesto tan habitual entonces y tan inusual cuando no hay lactancia, al mismo tiempo que sonreía. De hecho, al mirar la imagen con detalle se podía apreciar que probablemente la niña estaba jugando, tal vez hablando con la madre u observando algo más allá, cuando se tomó la instantánea.  Puede ser que la pequeña estuviera a punto de salir corriendo a jugar en la arena con sus hermanos, o que se riera por algo que le acabara de decir la madre, que también sonreía, tal vez medio dormida. Seguramente entre trago y trago de leche materna estuviera conversando, hablando de las idas y venidas de las olas o de las nubes, quien sabe.

Le fascinaba la imagen y necesitaba mirarla con frecuencia. Para ella había sido todo un descubrimiento comprobar que sus pechos estaban hechos para criar, no sólo para alimentar sino también para consolar, jugar, mimar, acunar durante años…Al ver la foto ahora recordaba las miradas que sus hijos habían dedicado infinidad de veces a sus pechos justo antes o después de recibir su alimento, sus sonrisas al soltar el pezón y volverlo a coger o la placidez con que en tantas ocasiones se habían quedado profundamente dormidos al pecho. La foto le servía también para ser consciente de hasta que punto haber amamantado durante tantos años había transformado su propia relación con su cuerpo, como si la experiencia de alimentar a sus hijos con su propia leche le hubiera descubierto otra manera de sentirse y estar en su cuerpo. Tal vez fuera la consecuencia de los millones de caricias recibidos amamantando, como la que se veía en esa foto, lo que más había contribuido a reparar viejas heridas invisibles. Viéndola podía recordar la leche brotando de sus senos, siempre abundante, derramándose a veces en momentos inesperados, como cuando se encontraba lejos de sus hijos trabajando en el hospital y entonces el cosquilleo de la leche al fluir le recordaba que, seguramente, su bebé ya le estaba extrañando.

Intentó recordar cuándo se habría tomado la foto, debió ser aquella semana santa en la que, con el grupo de comadres de Vía Láctea, viajaron en familia al sur a conocer a Casilda, una autora que les había ayudado a entender lo que muchas de ellas intuían: que había algo muy subversivo en el hecho de amamantar a sus hijos cuando estos ya no eran bebés. De aquellos encuentros con las comadres vino su compromiso como médica en difundir las bondades de la lactancia materna, en promoverla, en apoyar a otras madres y bebés, que con tantos obstáculos había tropezado. Aquel empeño le había llevado a infinidad de hospitales, congresos, conferencias y eventos relacionados con la lactancia. Durante muchos años ella misma había creído que podría ayudar a que otras madres pudieran amamantar aportando información adecuada a los profesionales sanitarios. Pero con el tiempo comprendió que lo que se requería era mucho más complejo y necesariamente debía de incluir otro tipo de procesos y vivencias. Había que cambiar la narrativa.

La lactancia materna no era una forma más de alimentar a los bebés pensaba ahora, de hecho, la cuestión alimenticia le parecía casi lo menos relevante. Muchas personas criticaban las escasas políticas de apoyo a la lactancia sin conocer apenas la complejidad de la experiencia relacional y amorosa que facilitaba y desde luego sin ser conscientes del monumental negocio de las leches de fórmula, que crecía cada vez que una madre no lograba amamantar a su bebé pese a desearlo con fuerza. En los últimos tiempos las cosas habían ido a peor y las tasas de lactancia seguían bajando por todo el mundo. El panorama era bastante desolador, más aun si se tenía en cuenta el contexto ecológico. Ella tampoco entendía porque las personas que se decían «ecofeministas» nunca nombraban la lactancia ni la consideraran una prioridad absoluta.

Le producía cierta tristeza y desasosiego ver que cada vez eran más las mujeres de todas las edades con los pechos operados, sobre todo jóvenes, con implantes para que sus tetas parecieran más grandes o turgentes. Muchas de ellas tendrían dificultades importantes si un día deseaban amamantar, de las que seguramente nadie les habría informado con seriedad. Aun le dolía más pensar en las jóvenes que decidían amputarse los pechos a edades muy tempranas porque no se sentían mujeres, probablemente en situaciones muy complejas y con enormes malestares, le parecía dificil que pudieran ser conscientes de la magnitud de la perdida que conllevaba la mastectomía. ¿Como serlo en una sociedad donde cada vez eran menos las madres que podían gozar de lactancias como las que ella había tenido la suerte de vivir? La lactancia le parecía algo así como una especie protegida en vías de extinción, la sociedad entera parecía empeñada en negar la naturaleza mamífera de las hembras y crías humanas, en negar sus bondades. Por eso ella ahora hacía tanto hincapié en que era necesario entenderla como una relación amorosa y preciso cuidar la salud mental de las madres.

Volvió a contemplar la foto. Ella tenía los ojos cerrados pero se adivinaba su sonrisa complaciente con su hija al pecho. Le gusto verse ahí y le alegró que alguien mas le hubiese visto y captado el momento sacando aquella foto. Apenas tenia fotos de si misma amamantando. Pensó si sería capaz de compartir esta imagen para explicar que la lactancia era, sobre todo, una forma de relacionarse y de amar. Tal vez algunas personas viéndola lo entenderían mejor. Tal vez compartir la ternura que le invadía ahora al verse veinte años más joven podría servir para difundir el mensaje:

Amamantar es amar

PD: Foto de Mari Carmen Tejero, de Vía Láctea.

Semana Mundial de la Lactancia Materna 2023.

Para saber más: Formación en Lactancia y Salud Mental

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7 comentarios en “Amamantar es amar”

  1. Que hermoso texto, Ibone. La lactancia además de todo lo que describes, creo que puede ser parte de la reparación amorosa de un parto traumático, ya sea por una cesárea innecesaria, una hospitalización del bebé o una separación dolorosa. Amamantar es de las experiencias más hermosas que estoy viviendo y que ha sido central en mi maternidad, es una conexión, para mi, única.

  2. Precioso homenaje en la SMLM! La foto no puede ser más tierna. Yo no pensé que llegaría a hacer lactancia prolongada pero llevo 30 meses, sigue transformándose y siendo igual de bonita. Me quedo con que es una lactancia subversiva, porque es cierto que a veces se siente como una lucha, como un tipo de activismo. Gracias por tanto

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