Hace casi 25 años me suscribí a la primera lista de correo electrónico sobre lactancia en castellano, la mítica Lacmat-l. Alli nos fuimos encontrando, leyendo y con los años conociendo muchas lactivistas. Allí conocí a Maria Paula Cavanna, psicóloga perinatal de Buenos Aires, que poco después se unió a la recién creada lista ApoyoCesáreas, también a Superando un Aborto y otras. Años y años respondiendo mensajes de forma altruista, generosa y empática de cientos, miles de madres. Maria Paula siempre estaba ahí, al otro lado del charco, y allí comenzaron también la asociación Dando a Luz. Compartimos muchísimo y seguimos haciéndolo.
Este noviembre, María Paula venció su fobia a volar (gracias a su hijo) y cogió un avión a El Calafate para venir a regalarme un abrazo por fin en persona que nos merecíamos tras un cuarto de siglo de luchas hermanas y paralelas. El abrazo me trajo muchas lágrimas y fue seguido de un día hermoso repleto de conversaciones de comadres amigas que ya han visto a sus hijos dejar el nido.
Me habló entonces Maria Paula de una pregunta que planteo en Palabra de Madre, la de cuándo termina la crianza, y ahora me comparte este texto que es una continuación de lo que charlamos aquella noche y que me parece entrañable.
Los primeros años de crianza son intensos, criamos con el cuerpo desde que parimos, amamantamos, sostenemos, colechamos. De a poco, y a veces sin registrar cuándo fue la última vez, un día no cambiamos más pañales, no hacemos más upa, la salida del colegio -ese instante mágico donde las miradas de nuestros hijos nos buscan y se iluminan al encontrarse con la nuestra- pasan a ser ¨esperame en la otra cuadra¨, o se limitan a la entrega de la mochila para salir corriendo a la casa de algún compañero. Descansamos toda la noche porque ya duermen de corrido, y en un abrir y cerrar de ojos estamos trasnochando para ir a buscarlos a las fiestas de 15.
Para mi, la crianza terminó un día específico. Lo sentí en el cuerpo. Mi hijo menor, que aún vivía conmigo, se fue a vivir solo. Mi hija mayor ya estaba viviendo del otro lado del mundo desde hacía un par de años. Supe cuál fue la última comida que preparé, y la última tanda de ropa que lavé. Y aunque ya hacía años que mi hijo se valía por sí mismo en todos los aspectos, sentí en el cuerpo, y lo dije en voz alta: ¨aquí se termina la crianza¨
A partir de ahí, cada encuentro, cada llamado, están llenos de gozo, de alegría, del orgullo de que puedan solos y no me necesiten, y la felicidad de que recurran a mi para una charla, un consejo. Escucharlos hablar y verme reflejada, que tengan valores o actitudes que reconozco haber sembrado en ellos y regado a diario, y otros que me sorprenden y admiro. Si no fueran mis hijos, los elegiría igual para tenerlos en mi vida porque son personas increíbles, y entonces, a la noche, cuando me duermo sabiendo que no habrá sobresaltos durante la madrugada, sonrío y me digo ¨lo hiciste bien¨
María Paula Cavanna. Fundadora de Mamam
¡Gracias comadre!