Comparto hoy un relato breve que escribí hace algún tiempo. Es ficción: si los personajes tienen algun parecido con personas reales es pura coincidencia. Sin embargo la dinámica de la urgencia psiquiátrica hospitalaria es tristemente parecida a la de muchos lugares, me temo, y por eso lo comparto, porque estoy segura de que hoy mismo habrá pacientes atados en urgencias simplemente por haber expresado que se querían quitar la vida…
Cumplíamos órdenes. Tras ser atendidas en el primer cuartucho más conocido como box clasificador de urgencias las personas llegaban solas a la amplia sala de espera con un papel en la mano que tenían que depositar en el mostrador, los acompañantes tenían que esperar afuera. La enfermera casi siempre sentada apenas solía levantar la mirada de la pantalla unos instantes, ponía el papel en la bandeja correspondiente y le decía al paciente que atendiera sentado a ser llamado por los psiquiatras. Al cabo de un rato llegábamos nosotros, casi siempre de dos en dos, y les hacíamos pasar a la pequeña salita comunicante con la otra. Se sentaban mientras mirábamos la pantalla y a la vez que les recibíamos les preguntábamos el motivo de su visita al hospital. Esperábamos el momento en que surgiera la clásica frase: “me quiero morir”, expresada en infinidad de versiones: “estoy pensando en tirarme por la ventana”,”me he tomado dieciocho pastillas”, “yo ya no quiero seguir viviendo”, “voy a hacer algo horrible”, “he escrito a mi exmujer para despedirme, “todos estarán mejor sin mí”. Entonces comenzaba lo que llamábamos la primera fase de la negociación. Nuestro único objetivo era que la persona llegara a reconocer que no tenía planes inmediatos de suicidio, lo que nos permitiría darle el alta. Para eso había toda una serie de artimañas dialécticas. Si esas no funcionaban pasábamos al plan B, más conocido como fase de maceración. Todo el mundo sabe que las ideas de suicidio se suelen pasar cuando te atan a la cama. Hacíamos pasar a la persona a la sala contigua donde le invitábamos a tumbarse en la cama y le conteníamos mecánicamente (un eufemismo, en realidad le atábamos a la cama) y le remitíamos a otra sala. Entonces podíamos tenerlos hasta dos días atados a la cama, en los que les visitábamos cada ocho horas más o menos para preguntarles si todavía tenían ganas de matarse o no. En la inmensa mayoría de los casos el trato producía el efecto deseado: en seguida confesaban que no deseaban matarse sino que ya solo querían salir de aquella infernal urgencia lo antes posible. Sólo cuando el plan A y el B fallaban pasábamos a la única opción que nos quedaba, la que teníamos prohibida salvo para casos extremos o que llegaran con orden judicial de ingreso: el internamiento en la planta de psiquiatría. Allí las ideas de suicidio se solían curar rápidamente. Bastaba con pasar un par de días, a veces menos, atado y aislado en la habitación, lo que se llamaba fase de observación. Cuando el recalcitrante paciente por fin decía que ya no se quería morir se le permitía salir de la habitación, y un par de días más tarde se le daba el alta.
Una noche llegó a la urgencia una mujer mayor muy delgada y con un peinado impecable. Le traían en camilla, se había intoxicado con sus pastillas para el insomnio. Nos contó su historia, era viuda, y su dolor por el distanciamiento con sus dos hijos, y nos expresó su firme intención de morir en breve. Tras una larga conversación comprobamos que teníamos que pasar al plan B pero ella soltó una bomba que lanzó todo el plan por los aires.
_ Soy la madre del doctor García Rendón. Por favor, no quiero que él sepa que me han traído aquí. Me da mucha vergüenza y no quiero molestarle_ Elisa Rendón lloraba mientras hablaba sin ser consciente del estremecimiento que su confesión había producido en nosotros.
García Rendón era el que dictaba las órdenes, el jefe de la planta, el más convencido de la eficacia de sus métodos disuasorios para tratar las ideas de suicidio y disminuir la estancia media en la unidad psiquiátrica. El más ácido y del que nunca hubiéramos imaginado que pudiera ser hijo de una mujer tan amable y sensible. El que más miedo nos daba.
La anciana señora Rendón siguió con su idea. Nosotros supimos que precisamente por ser quien era no seríamos capaces de tenerla dos días atada a una cama en la urgencia, así que en medio de aquella madrugada decidimos ingresarla. Por la mañana acudimos al pase de guardia cabizbajos, preguntándonos como le íbamos a decir al jefe que habíamos ingresado a su propia madre en la planta por intento de suicidio y que por deseo expreso de la paciente no habíamos avisado a ninguno de sus familiares. Nos sentamos en la cafetería y comenzó el interrogatorio habitual.
_ ¿Qué tal, cómo ha ido la noche?¿No habréis ingresado otra vez a alguna de esas neuróticas que se quieren morir después de que les deja su novio, no?
_ Francisco, mira, no sabemos cómo decirte esto…pero es que hemos tenido que ingresar a tu madre. La trajeron intoxicada, insistía en que se quería morir, y no consintió en autorizarnos para que te informáramos a ti ni a nadie de la familia…
La cara del jefe pareció quedarse congelada instantáneamente y se tornó pálida por unos segundos. Luego sacudió la cabeza y rápidamente respondió:
_ ¡Qué bruja! Os ha engañado perfectamente, lo ha hecho para joderme, otra vez, que arpía…No pienso atenderla, ni siquiera voy a verla, no quiero saber nada más. ¿Ha habido algún otro ingreso?
Su respuesta nos dejó helados a nosotros también. No había más pacientes pendientes y enseguida pudimos salir del hospital. Mientras cruzábamos el umbral de la urgencia, Rodrigo, mi compañero de guardia, me leyó el pensamiento:
-Acabo de entender que el jefe es mucho más desgraciado de lo que pensaba, tío. Creo que si yo tuviera un hijo así también me querría morir.
Ibone Olza
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Interesante historia. Me llaman poderosamente la atención dos cosas: la primera, es que en todos los años que llevo trabajando en salud mental jamás hemos contenido mecánicamente a nadie por expresar sus ideas autolíticas y, en caso de existir algún protocolo en esa dirección, las enfermeras nos negaríamos en rotundo a participar de él; en segundo lugar, es costumbre en mi área de salud que cuando ingresa un familiar directo del personal o compañero de trabajo (da igual médico, enfermera, auxiliar, …) la persona se deriva a otro centro hospitalario.
Por lo demás, me encanta tu historia y me veo reflejado en esas ocasiones en que el poder real, o figurado, nos hace dudar, nos crea un dilema ético sobre nuestra praxis.
Un saludo!
Caray, me ha gustado mucho el relato. Me recuerda a una noticia que oí hace bastante. Una adolescente ingresada por sobredosis cuando su madre daba charlas sobre el consumo de drogas en institutos. Descuidamos a veces a los que tenemos más cerca. ¿Lo de atarles a la cama es real? ¿No es suficiente con no dejar a su alcance objetos peligrosos o con quitarles los cinturones y los cordones de las zapatillas? ¿Cuándo alguien manifiesta que no quiere seguir viviendo normalmente no es un intento desesperado de pedir ayuda? Creo que los que realmente planean suicidarse no lo comparten con nadie y lo hacen Y se les administra mucha medicación para estabilizarles, ¿verdad? ¿Se les hace seguimiento cuando se les da el alta?