Isla de Vargas

 

Me gusta salir a caminar sola en silencio, en la naturaleza, subiendo montes, cruzando campos, o sintiendo la brisa en la orilla del mar. Entonces noto como poco a poco cambia mi percepción de las cosas, mis preocupaciones se desvanecen y voy dejando atrás las insignificancias cotidianas. Hoy he podido pasear así, sola y en silencio, en el espectacular Cañón del río Lobos. Y he vuelto a recordar cómo de niñas hablábamos con las montañas.

Eeecooooooo….Eeeecoo eeecooooo. Eeeecooooo eeeecooo…

En la foz, en la cueva, en el precipicio, la naturaleza nos devolvía siempre nuestra voz y luego el silencio y la quietud. Estos días la naturaleza me ha vuelto a cuidar, a sostener, a deslumbrar.

Hace pocos años me encontré en la Isla de Vargas, un lugar recóndito en el Pacífico canadiense. Habíamos llegado a aquella isla remota tras un trayecto de una hora por el mar. Eramos unas cuantas mujeres de mi familia, incluida la canadiense, amigas, y varios niños. El lugar era impresionantemente bello. Y en aquel paraíso la primera noche inesperadamente llegó  mi insomnio: no podía dormir. Mi cabeza giraba y giraba sin cesar mientras yo notaba cierta angustia en mi pecho. Horas y horas en vela hasta que de repente lo entendí: tenía miedo. Tras esa revelación vino una cierta extrañeza: ¡tenía miedo a estar libre con mis niños en la naturaleza! ¿Cómo era posible?¿De dónde venía ese miedo? Usé mi razonamiento intelectual: ¿cómo era posible que me sintiera más segura en las calles de Madrid cualquier noche de madrugada que en medio de una isla casi desierta en Canadá? ¿Qué me había pasado a mi para tener miedo de la naturaleza? Poco a poco mi miedo se desvaneció conforme entendí  y sentí que la naturaleza es una madre, una dadora de vida, que ama y cuida la vida.

Días después nadando en un río comencé a pelear contra la corriente. Y sucedió. De repente yo era una trucha, un salmón, un delfín, una persona. Daba igual lo que fuera: estaba jugando con ella, con la mismísima Madre Tierra, y me estaba divirtiendo tanto que me sentía parte de ella. Como cuando una amiga te recibe en su casa y te ríes tanto que te empiezan a doler hasta los músculos de la cara. Sucedió que me sentí parte de la tierra y y de la vida, hija de la naturaleza, y en aquel río pude reírme de todos mis miedos, los pequeños y los grandes. (Aquella experiencia me llevo luego a escribir un texto: Ecopsicología y el recién nacido humano)

Desde entonces regreso a ella siempre que puedo. A los bosques, a los ríos, al monte, a las calas. A cualquier lugar donde pueda sentirme parte de esta naturaleza maternal y dadora de vida. Me gusta nadar en los ríos. Bracear contracorriente y sentir que juego con la corriente para luego dejarme llevar o sumergirme un poco más y contemplar a los peces. Caminar cuesta arriba en los montes y detenerme a contemplar árboles inmensos.

Y hoy caminando en silencio pensaba lo mismo: todo está aquí. Ante tanto derrumbe, estafa, indignación, atropello… yo que sé. Me quedo callada y siento que yo sólo quiero volver aquí. Me alegra pensar que consumiremos menos y quiero pensar que estamos por fin empezando a desmontar el capitalismo. Hoy la naturaleza me ha vuelto a acoger, a serenar, a consolar, a centrar, a cuidar y a alegrar. Y desde ahí traigo el recuerdo de una voz profunda que lo explica simplemente como si de un único mandato se tratara:

Amarás la tierra…y la tierra te amará.

Si te gusta, comparte

AVISO: No se aprobará ningún comentario que incluya insultos.

8 comentarios en “Amarás la tierra”

  1. Cuando estoy perdida solo me encuentro en ella, consuelo, raíz, norte y sosiego. La mar es mi compañera y madre, pinos, medanos y dunas me acunan y orientan hoy…..en mi infancia y adolescencia fueron montañas, alconocales , chopos y castañales, ahora como los ríos vine a para a la mar y ella me sana.
    Gracias por tus palabras ,un placer sentir y sentirte así de bonito.

  2. Pingback: Tiempo de silencio | Ibone Olza

  3. asi como tu, tambien me siento libre, me siento mi misma cuando estoy rodeada de intemperie viva, de cielo, de agua, de plantas, de tierra… con animales insectos y sonidos de la compleja convivencia que es la naturaleza… porque hace tiempo que asumí ser hija de la tierra… y amarla.

    muy bonito
    gracias.

  4. Hace muchos años, siendo un preadolescente y disfrutando de una acampada hicimos un ejercicio de introspección. Consistía en que nos desperdigábamos por ahí y cada uno permanecía una hora en solitario y en reflexión. Busqué un sitio en una ladera, me tumbé y activé mis sentidos con el fin de percibir al máximo cualquier cosa. De natural miedoso con las abejas, las avispas, las arañas…no se… me quité la ropa. Sentía la áspera hierva, su humedad, las cosquillas de los insectos que empezaban a colonizar mi cuerpo, el piar de los pájaros, el fresco y el calor del sol y el azul del cielo….han pasado un montón de años. Un montón. Hoy lo recuerdo como si hubiera ocurrido ésta mañana. Fué un éxtasis. Fué mágico. Una sensación que luego he buscado muchas veces pero que nunca volvió como la sentí entonces. Gracias por volvérmelo a recordar. Un beso, Ibone.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Información básica sobre protección de datos Ver más

  • Responsable: Ibone Olza.
  • Finalidad:  Moderar los comentarios.
  • Legitimación:  Por consentimiento del interesado.
  • Destinatarios y encargados de tratamiento:  No se ceden o comunican datos a terceros para prestar este servicio. El Titular ha contratado los servicios de alojamiento web a Raiola Networks que actúa como encargado de tratamiento.
  • Derechos: Acceder, rectificar y suprimir los datos.
  • Información Adicional: Puede consultar la información detallada en la Política de Privacidad.