En agosto del 2010, poco antes de mi cuarenta cumpleaños, comencé mi camino de Santiago. Pensé en hacer al menos una etapa al año, así con un poco de suerte terminaría en torno a mis setenta años.
De Roncesvalles a Larrasoaña fui sola y a toda velocidad, 27.5km en cinco horas y media. Demasiado deprisa. No hablé con los otros peregrinos. No escuché sus historias ni conté la mía. Iba pasando a muchos, yo sola contra mi misma, sintiendo un raro placer cada vez que adelantaba a alguien.
Pero al llegar a mi destino antes de lo previsto sentí una pequeña desilusión: ¿ya se había acabado mi primer día en el camino? Sólo eran las dos y media de la tarde. La decepción luego se convirtió en algo parecido al vacío: ¿porqué quería llegar tan pronto?¿Para qué? Pensé que había corrido tanto en parte porque quería impresionar ¿a quién? ¿Tal vez a mi misma?
Los dos días siguientes me sentía absolutamente molida: me dolía todo el cuerpo. Así aprendí mi primera lección del camino: no es una carrera. Mi primera etapa era todo un reflejo de como estaba por aquellos tiempos mi vida: siempre corriendo, sin disfrutar apenas, queriendo impresionar no sé bien a quién, lo que me producía estrés y ansiedad y me impedía disfrutar plenamente del camino.
Desde entonces he hecho tres etapas más. Cada una de ellas ha sido diferente, algunas en soledad, otras en compañía y cada una me ha regalado alguna preciosa lección. Ahora camino a diferentes velocidades, me paro cuando me apetece, converso con otros peregrinos, y sobre todo, disfruto. El paisaje, los pájaros, los sonidos del agua, las sonrisas y las conversaciones con gente que camina llegada desde cualquier rincón del mundo por las más diversas razones. Y sobre todo la liviandad, el sentir que no tengo nada más que hacer en el día que caminar con lo puesto y contemplar. Imaginar a los miles de peregrinos que a lo largo de siglos han caminado por los mismos lugares. Me gusta pensar en los que salían de su casa un buen día y regresaban meses o años después, tras haber ido a Santiago de Compostela y regresado andando. Aunque yo voy haciendo las etapas de una en una, con meses de diferencia, siempre retomo en el mismo lugar y siento que esté donde esté el camino me espera. El camino es al fin y al cabo la vida. Y la vida desde luego que no es una carrera.
Mañana haré mi quinta etapa. ¡Buen camino!
5 comentarios en “¡Buen camino!”
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Preciosa reflexión y bien cierta. Como dijo el poeta «el camino se hace al andar» y si es sin prisas y sintiendo y disfrutando, mucho mejor.
Porque al final se llega paso a paso… como en la Vida misma.
Gracias por compartir.
Yo hice parte del camino, de León a Ponferrada, porque la rodilla me jugó una mala pasada. Hubo días de «carrera» y hubo días de conversación sobre el césped, fue frustrante llegar en autobús a Santiago pero algún día lo haré a pie
Estos dias me voy a un pueblecito del interior y me apunto a tu comentario: disfrutar, dejar que el tiempo me acune, poner atención en el placer de los detalles y en especial de las buenas charlas con los amigos, las comidas compartidas y la cama, mucha cama.
Carla
http://www.lasbolaschinas.com