Ayer enterramos a mi abuelo querido. Leonardo Fernández Berroeta, mi aitatxo, el aitatxo. Murió dulcemente en su casa de Tolosa el domingo por la mañana, acompañado de una de sus hijas. Yo era su primera nieta, hija de la primogénita de sus siete hijos.Tenía 95 años y yo me había creído que siempre iba a estar ahí. Hace tiempo que me sentía preparada para despedirme de él, y pensé que su muerte no me dolería por lo que tenía de esperada y aceptada. El mismo bromeaba cada vez que íbamos a visitarle diciéndonos que ya estaba muerto. Pero no, me duele y me apena más de lo que esperé, debe de ser difícil estar realmente preparado para la muerte de un ser tan querido.
Mi abuelo era muy divertido, inquieto, curioso, autodidacta, aventurero. Muy alegre, su casa siempre estuvo abierta a todo el mundo, incluso autoestopistas o «guiris» que pasaban por Tolosa eran invitados sin pensárselo dos veces. Inventor de juegos variados, ajedrecista y scrablista incansable, amante de la caligrafía, el orden y sobre todo el chocolate. Las celebraciones siempre incluían el Chisi Chisi, canción rusa infantil que extrajo de su método de aprender ruso con discos de vinilo en los años sesenta y que se empeñó en convertir en himno familiar. Las sorpresas eran su especialidad, capaz de cruzar toda Francia en moto hasta Bélgica o medio país en coche para presentarse con una caja de bombones y una sonrisa a visitar inesperadamente a cualquier familiar. Todos los que le conocimos tenemos cantidad de anécdotas tronchantes de él. Pero sobre todo mi abuelo era generoso. Extremadamente generoso y sin darle ninguna importancia a su generosidad, que él casi llevaba a escondidas. Creo que era la persona más generosa que he conocido en mi vida. Lo que se arregla con dinero no es un problema;¿te has puesto en el lugar del otro? ; enfadarse no sirve de nada; eran frases que le oíamos repetir.
Morir en paz hoy es difícil y raro, casi tanto como tener un nacimiento absolutamente respetado. Morir en casa, de muerte natural tras una larga vida, en tu cama, con tus seres queridos cerca me parece un lujo comparable al de nacer en casa. Algo que siempre fue así, sencillo, empezar o acabar la vida inspirando o exhalando el ambiente del hogar, y que ahora es bastante excepcional. El miedo a la vida y a la muerte ha motivado que los hospitales sean ahora escenario habitual de casi todos los nacimientos y muchas muertes.
Ayer la casa de mi abuelo olía muy bien. Suelo alegrarme mucho cuando alguién me cuenta una muerte así, natural, en casa, acompañada. En todos esos relatos una tiene la sensación de que en la muerte el o la que se va elige muy bien en que momento dejarse ir, con que compañía, de que manera. La misma emoción que cuando escucho una historia de parto respetado, en la que el bebé ha podido elegir, cuando y como nacer, y ha sido recibido con respeto y amor.
Siento que mi abuelo eligió fenomenalmente y murió en paz, y lo celebro con un Chisi Chisi. ¡Gracias aitatxo!
Descansa en paz, con la amatxo a tu lado definitivamente.
7 comentarios en “Morir en paz”
Pingback: Tiempo de silencio | Ibone Olza
Un abrazo, aunque sé que han pasado unos meses, yo perdí a mi abuela en enero, de manera más trágica, porque sufrió un desafortunado accidente y murió en el hospital, y por supuesto no estaba preparada para su marcha, cada día la sigo echando de menos.
Ibone, es dura la despedida….pero leyendote lo que pienso es qué afortunada has sido de haber tenido un abuelo como él! Y que precioso este homenaje de tus palabras
Un abrazo
Ana
Me ha hablado Raquel, (su hija) tanto de él, que es cómo si lo hubiera conocido.
La carta un homenaje que ya nos gustaria que nos hicieran cuando nos vayamos
Felicidades por tener ese recuerdo.
Que descanse en paz.
Chelo
gracias Ibone es un relato precioso cargado de amor de inspiración y sabiduría, la misma que sin duda has heredado de tu gran abuelo y que cuya vida, que describes interesante, ha dejado una estela de generosidad que tanta falta nos hace en este mundo. Descansa en paz aitatxo y gracias por tu vida¡¡¡
Un abrazo Ibone………
Muchas gracias, Ibone, por este escrito que servirá de testimonio escrito cuando pasen los años y nos recordará siempre el ejemplo de los Aitatxos, que han fallecido bien preparados y purificados.